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THE LIGHTHOUSE (2019). QUIMERAS DEL HÚMEDO OLVIDO

Foto del escritor: antonio mateosantonio mateos

  • Director: Robert Eggers

  • Guion: Robert Eggers, Max Eggers

  • Reparto principal: Willem Dafoe, Robert Pattinson

  • Duración: 109 minutos

  • Temática: Aislamiento, locura, mitología, dominación, represión psicológica

  • Compositor: Mark Korven

  • Fotografía: Jarin Blaschke

  • Productora: A24, Regency Enterprises, RT Features

  • Distribuidora: A24 (Estados Unidos), Universal Pictures (Internacional)

  • Estilo visual: Blanco y negro granulado, formato 1.19:1 evocando el cine mudo y expresionista, iluminación contrastada con fuerte uso de sombras, atmósfera claustrofóbica y pesadillesca, simbolismo marítimo y alegórico

  • Inspiración: Influenciada por relatos de marineros, el folclore náutico y la literatura de Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft. Explora la degradación mental a través de la iconografía mitológica y la lucha de poder en entornos extremos, fusionando realismo sucio con un imaginario onírico y perturbador.


El horror de lo desconocido se alza en la neblina como un espectro de antiguas maldiciones. The Lighthouse es una danza macabra entre la razón y la locura, un descenso al abismo de la soledad donde la realidad se distorsiona como un reflejo en aguas turbulentas. Robert Eggers esculpe en blanco y negro una pesadilla etérea, donde la luz se convierte en el objeto de deseo último, un fuego primordial que devora a quienes se atreven a mirarlo demasiado tiempo. Como en los relatos de Lovecraft, el conocimiento absoluto es un prima quebrado que desgarra la mente humana, un faro cuyo resplandor no es una revelación, sino una condena.


Aislados en una roca castigada por la tempestad, dos fareros —interpretados con intensidad descomunal por Willem Dafoe y Robert Pattinson— se enfrentan al vacío del tiempo y al peso de sus propios demonios. Como en el bestiario de Lovecraft, aquí la naturaleza es una entidad hostil y burlona, un océano infinito donde anidan los horrores que la mente no puede concebir. La gaviota, plaga persistente que acecha a Pattinson, es un heraldo de lo innombrable, un eco de las ratas de Nosferatu, de la cabra negra en La Bruja o de los shantaks de Lovecraft, esas aves ciclópeas que sirven a entidades arcanas. Animales que no son simples presencias, sino símbolos de fuerzas primigenias. La superstición de Dafoe sobre estas aves cobra un peso mitológico, como si fueran los ojos de Dagon, acechando desde el fondo de las aguas, esperando el momento de arrastrar a los vivos al olvido.


El uso del blanco y negro, con una escala de grises asfixiante, refuerza el discurso de la película. No hay escape, no hay contraste que permita un alivio. La imagen es una prisión en la que los personajes deambulan como sombras atrapadas en un limbo eterno. Cada encuadre, de aspecto cuadrado y opresivo, resuena con la crudeza del cine expresionista, recordando que la luz y la oscuridad no son más que dos caras del mismo abismo. La armonía sucia que impera en cada plano, con la humedad pegajosa y el aroma rancio de la podredumbre insinuado en cada gesto, nos sumerge en un estado de desconexión vital. Aquí, el tiempo es un rumor lejano, un eco perdido entre el bramido de las olas y los cantos de sirenas que no llaman al amor, sino al olvido. El mar es un portal, una presencia viva que acecha y engulle, un recordatorio del mito de Cthulhu y su letargo bajo las profundidades.


La actuación de Willem Dafoe es fastuosa, una tormenta de verborrea marinera que lo convierte en un profeta decadente de un mundo sin dioses. Su personaje no es solo un hombre, sino una fuerza de la naturaleza, una criatura tan tallada por la sal y el viento como las rocas sobre las que se asienta el faro. Cada palabra suya resuena como un conjuro antiguo, un salmo de desesperación y violencia, como si hablara el mismísimo Abdul Alhazred antes de su final en la negrura. Frente a él, Pattinson es la joven mente que busca comprender, absorber el misterio de la luz como Ícaro buscando el sol. Pero la luz del faro no es redención: es el fuego de Prometeo, el fulgor de un saber reservado a entidades cósmicas, demasiado vasto para la frágil psique humana.


El destino final del protagonista es un testamento de esta idea. El conocimiento prohibido se vuelve carne, su comprensión se traduce en una agonía infinita. Como el marinero que sigue el canto de la sirena solo para hallar la muerte entre sus brazos, el farero que alcanza la cima no encuentra respuestas, sino su destrucción. La luz no ilumina: consume. En este sentido, The Lighthouse se inscribe en la trilogía espiritual de Eggers, donde el ser humano se enfrenta a fuerzas que lo sobrepasan. Si La Bruja exploraba la lucha entre la represión religiosa y la naturaleza incontrolable, y Nosferatu promete sumergirse en la condena de la inmortalidad, aquí nos hallamos ante una elegía de la locura y el deseo. En el fondo es un recordatorio de que hay conocimientos que no están hechos para ser comprendidos, y que la oscuridad, a veces, es un refugio más seguro que la verdad.




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