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ROSEMARY'S BABY (1968). NUEVO AÑO NUEVO LEGADO

Foto del escritor: antonio mateosantonio mateos

Actualizado: 10 ene


  • Director: Roman Polanski

  • Guion: Roman Polanski (basado en la novela de Ira Levin)

  • Reparto principal: Mia Farrow, John Cassavetes, Ruth Gordon, Sidney Blackmer, Maurice Evans

  • Duración: 137 minutos

  • Temática: Maternidad, paranoia, satanismo, control social

  • Compositor: Krzysztof Komeda

  • Fotografía: William A. Fraker

  • Productora: William Castle Productions

  • Distribuidora: Paramount Pictures

  • Estilo visual: Minimalismo opresivo, colores cálidos que contrastan con la tensión psicológica, encuadres cerrados que acentúan la sensación de claustrofobia

  • Inspiración: Adaptación fiel de la novela homónima de Ira Levin, influida por la contracultura de los años 60 y el auge del terror psicológico como vehículo de crítica social.


La importancia de la Navidad: El nacimiento subvertido

En Rosemary's Baby, la Navidad no aparece explícitamente, pero su resonancia simbólica es imposible de ignorar. El nacimiento del hijo del diablo en un contexto neoyorquino aún impregnado por un catolicismo cultural es un eco oscuro de la Natividad. Donde el pesebre simboliza humildad y esperanza, el apartamento Bramford personifica aislamiento y corrupción. Este contraste señala una inversión total de los valores tradicionales: donde debería haber comunidad, hay soledad; donde debería haber luz, hay tinieblas.

La Navidad, con su carga emocional de renovación y fe, se convierte aquí en una sombra distante, desprovista de su brillo consolador. El mundo de Rosemary es uno donde la redención no está al alcance, y las figuras de poder —los ancianos del Bramford, su propio esposo— reconfiguran los ideales religiosos para servir a un propósito egoísta y malévolo. Este subtexto refuerza la idea de que los símbolos más sagrados son vulnerables a la corrupción, una inquietante reflexión sobre la fragilidad de los valores humanos en un mundo regido por el deseo de control.


La opresión existencial de la madre

Rosemary, interpretada magistralmente por Mia Farrow, encarna la alienación y la impotencia de una mujer que lucha por reclamar su individualidad en un entorno profundamente hostil. Su viaje es un espejo de las ansiedades sociales de la época: los años 60, marcados por la lucha por los derechos civiles y la emancipación femenina, pero también por un retorno a valores conservadores que intentaban reprimir estos avances. La maternidad, en este contexto, es presentada no como un acto de amor y creación, sino como una trampa biológica y social.

Polanski articula esta opresión con una precisión escalofriante. Las tomas cerradas y los planos largos intensifican la sensación de asfixia, mientras que la música minimalista de Krzysztof Komeda refuerza el aislamiento psicológico de Rosemary. Incluso las elecciones más pequeñas —como la dieta impuesta por Minnie Castavet o los supuestos "cuidados" médicos— refuerzan su pérdida de control. Rosemary no es simplemente una víctima de fuerzas sobrenaturales; es una mujer enfrentándose al patriarcado encarnado en su esposo, en el culto, y en la sociedad misma.


La estética de los pisos: El Bramford como cárcel gótica

El Bramford, con su arquitectura gótica y su atmósfera ominosa, no es solo un escenario; es un microcosmos del horror. Los techos altos, los pasillos oscuros y las habitaciones llenas de reliquias antiguas evocan una sensación de opulencia decadente, de riqueza que se ha vuelto rancia con el tiempo. Este edificio, cargado de historias de crímenes y misterios, es el corazón de la conspiración y un reflejo de la lucha interna de Rosemary.

La cinematografía de William A. Fraker subraya la dualidad del Bramford: un espacio que debería ser un hogar seguro, pero que se convierte en un laberinto de paranoia. Los colores apagados y los ángulos inclinados capturan la desorientación de Rosemary, mientras que las sombras que se alargan y retuercen en los pasillos sugieren la presencia constante de un mal acechante. En el Bramford, todo es opresivo: la decoración, las paredes que parecen tener oídos, e incluso el silencio, que se siente como una amenaza constante.


Minnie Castavet: Villana matriarcal y vanguardia sartorial

Ruth Gordon, en el papel de Minnie Castavet, es una presencia arrolladora, una villana cuya complejidad trasciende los arquetipos tradicionales. Minnie es tanto una figura maternal como una opresora; su fachada amable y excéntrica oculta su rol central en el complot contra Rosemary. Su carácter encapsula la ambigüedad moral del filme: Minnie perpetúa el mal, pero lo hace con una energía y convicción que la convierten en un personaje fascinante y aterrador a partes iguales.

Su vestuario, un desfile de colores vivos y patrones audaces, refuerza su carácter subversivo. Es casi como si Minnie fuese una pionera sartorial, adelantada a su tiempo, canalizando un estilo que podría asociarse a diseñadoras como Agatha Ruiz de la Prada, pero con un matiz siniestro. Esta elección estética no es casual: refleja su capacidad para moverse entre lo mundano y lo macabro con una facilidad inquietante, sugiriendo que el mal puede ser tan vibrante y seductor como aterrador.


Brujería, aquelarres y ritos

La inclusión de brujos y brujas en la narrativa no es simplemente un recurso de terror, sino una alegoría de la decadencia espiritual en una sociedad obsesionada con el consumo. Los cuadros de la iglesia quemada que adornan el apartamento de los Castavet son un símbolo del colapso de lo sagrado: un recordatorio visual de que, en este mundo, el materialismo ha usurpado el lugar de la fe.

El satanismo en Rosemary's Baby es una manifestación del capitalismo desenfrenado, donde todo —incluso el alma humana— tiene un precio. Los rituales oscuros de los brujos no son tan diferentes de las transacciones comerciales: ambos son intercambios de poder, despojados de moralidad. Polanski utiliza estos elementos para criticar una sociedad que ha perdido su rumbo, que ha reemplazado la comunidad y la espiritualidad con el individualismo y la codicia.


El japonés con la cámara: La desconexión cultural y moral

La breve aparición del hombre japonés con la cámara es una de las imágenes más inquietantes de la película, precisamente porque es tan mundana. Este personaje, un turista aparentemente inocente, simboliza la desconexión global en un mundo donde la tragedia se convierte en espectáculo. Su cámara, que registra el nacimiento del hijo del diablo como si fuese una atracción turística, es una crítica mordaz a la deshumanización que acompaña al consumismo moderno.

Esta escena subraya la disociación emocional de una sociedad que prioriza la adquisición de recuerdos —fotos, souvenirs, experiencias efímeras— sobre la empatía y la conexión genuina. Es un momento que resuena especialmente en la era actual, marcada por la obsesión con las redes sociales y la economía de la atención.


Rosemary como madre: La aceptación del destino

El desenlace, con Rosemary aceptando a su hijo demoníaco, es una de las escenas más ambiguas y conmovedoras del cine. En lugar de rechazar al bebé, lo reclama, desafiando a todos los que intentaron despojarla de su humanidad. Esta aceptación no es una rendición al mal, sino una reafirmación de su identidad como madre, una declaración de que incluso en el horror más absoluto, hay espacio para el amor y la conexión.

Esta elección final resuena profundamente en un contexto contemporáneo, donde las mujeres todavía luchan por controlar sus cuerpos y sus vidas frente a fuerzas opresivas. Rosemary se convierte en una figura de resistencia, no porque triunfe sobre el mal, sino porque se niega a ser definida por él.


Un guiño a Pobre Diablo: La secuela no oficial

La serie Pobre Diablo, de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, puede interpretarse como una continuación satírica de Rosemary's Baby. Aunque aborda el tema desde la comedia, plantea preguntas similares sobre el destino y la moralidad. ¿Qué sucede cuando el mal se cría en un entorno humano y compasivo? La serie abre un espacio para imaginar un futuro donde la naturaleza y la crianza chocan, ofreciendo una reinterpretación contemporánea del legado de Rosemary y su hijo.


No es solo una obra maestra del horror, sino una meditación profunda sobre el poder, la maternidad y el vacío existencial de la modernidad. En su núcleo late una verdad perturbadora: incluso en el horror más oscuro, hay humanidad, y en la humanidad, la posibilidad de redención o condena.




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