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LAMB (2021). LAMENTO DE LA TIERRA

Foto del escritor: antonio mateosantonio mateos

Actualizado: 23 nov 2024



  • Director: Valdimar Jóhannsson 

  • Guion: Valdimar Jóhannsson, Sjón 

  • Reparto principal: Noomi Rapace, Hilmir Snær Guðnason, Björn Hlynur Haraldsson 

  • Duración: 106 minutos 

  • Temática: Drama fantástico, horror folclórico, maternidad 

  • Compositor: Þórarinn Guðnason 

  • Fotografía: Eli Arenson 

  • Productora: Go to Sheep, Black Spark Film & TV, Film i Väst 

  • Distribuidora: A24 

  • Estilo visual: Paisajes desolados y naturales, minimalismo visual, tonos fríos y melancólicos 

  • Inspiración: Mitos y leyendas folclóricas islandesas, el naturalismo y la tensión entre lo humano y lo animal 

 

Lamb es un ejercicio de paciencia cinematográfica que desafía al espectador a habitar el espacio emocional de sus protagonistas, más que a transitar su narrativa. La película de Valdimar Jóhannsson transcurre en una granja islandesa azotada por el frío, donde el aislamiento y el silencio se convierten en protagonistas en igualdad de condiciones con los humanos y los animales. La propuesta inicial se va desplegando lentamente, casi en susurros, pero desde el primer momento intuimos que hay algo profundamente perturbador bajo la superficie gélida y desolada de la vida rural. 



La fábula comienza cuando una pareja de granjeros, María y Ingvar, encuentran un híbrido entre cordero y humano en su establo. Jóhannsson, de manera consciente y deliberada, evita cualquier explicación o razonamiento detrás de este suceso; en su lugar, la cámara nos invita a observar cómo los personajes aceptan esta anomalía sin mayor conflicto, creando una atmósfera de lo cotidiano que rápidamente se convierte en lo grotesco.



La incomodidad proviene de la aparente naturalidad con la que la pareja adopta a esta criatura, a la que llaman Ada. El director nos deja flotando en la incertidumbre, nunca revelando si este fenómeno es producto de una intervención divina, de una maldición, o simplemente de la naturaleza manifestándose de manera inexplicable. La narrativa no se centra en el origen de la criatura, sino en las consecuencias emocionales que acarrea su presencia. 


Visualmente es una obra que respira a través de su entorno. La cinematografía de Eli Arenson explota la vastedad del paisaje islandés, donde las montañas imponentes y el cielo eternamente gris se sienten como un espejo de la relación vacía entre María e Ingvar. Los encuadres largos, que se demoran en el paisaje, nos recuerdan constantemente lo pequeña que es la vida humana en comparación con las fuerzas de la naturaleza. Y en este contexto, Ada no se siente como un monstruo, sino como una extensión de ese mismo paisaje, un ser liminal entre lo humano y lo animal, un recordatorio de lo que los humanos no pueden controlar ni entender del mundo que los rodea. 



Avanza a través de silencios, donde cada gesto y cada mirada contienen más peso que las pocas líneas de diálogo. María, interpretada por Noomi Rapace, es el corazón emocional de la película. Su anhelo maternal se mezcla con una sensación de desesperación, de pérdida no resuelta. El dolor de haber perdido a un hijo —una pérdida que se intuye pero nunca se aborda directamente— impregna cada interacción que tiene con Ada. En contraste, Ingvar parece más dispuesto a aceptar la situación con una serenidad que raya en lo indiferente. Este contraste en la dinámica entre los personajes añade otra capa de tensión subterránea a la película, una que explota finalmente en el tercer acto. 


Te atrapa en un ritmo deliberadamente lento, exasperante para algunos, hipnótico para otros. Jóhannsson no está interesado en ofrecer respuestas fáciles ni en recurrir a sobresaltos para mantener la atención del espectador. En cambio, nos ofrece un descenso pausado y meticuloso hacia lo inevitable, donde lo extraordinario y lo cotidiano se mezclan de manera perturbadora. El desenlace de la película, tan abrupto como ineludible, deja al espectador con una sensación de vacío. El círculo se cierra con una crueldad casi bíblica, sugiriendo que la naturaleza siempre encuentra una manera de reclamar lo que es suyo. 



No hablamos de un horror tradicional, su inquietud proviene de un lugar mucho más profundo que lo que se ve en pantalla. Ésta fábula moderna habla sobre la maternidad, el duelo, y las fuerzas primordiales que rigen el mundo natural, y lo hace con una sutilidad que es tan fascinante como desconcertante. Lo sobrenatural no irrumpe de golpe; está siempre presente, acechando, como un recordatorio de que hay algo más allá de lo que podemos comprender, y de que, en última instancia, no podemos escapar de ello. 

 



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