top of page

ENEMY (2013). LABERINTO DE ESPEJOS

Foto del escritor: antonio mateosantonio mateos

  • Director: Denis Villeneuve 

  • Guion: Javier Gullón, basado en la novela El hombre duplicado de José Saramago 

  • Reparto principal: Jake Gyllenhaal, Mélanie Laurent, Sarah Gadon, Isabella Rossellini 

  • Duración: 91 minutos 

  • Temática: Thriller psicológico, identidad, surrealismo 

  • Compositor: Danny Bensi, Saunder Jurriaans 

  • Fotografía: Nicolas Bolduc 

  • Productora: Rhombus Media, Roxbury Pictures, Mecanismo Films 

  • Distribuidora: A24, Entertainment One Films 

  • Estilo visual: Sombrío, atmosférico, tonos ocres y amarillos 

  • Inspiración: La exploración de la psique humana, basada en la obra de José Saramago y con influencias del surrealismo lynchiano 


 

Enigma visual dentro de un juego de espejos deformados que refleja no solo la inquietud existencial de su protagonista, sino también una incomodidad profundamente arraigada en el espectador. Villeneuve, lejos de ofrecernos una narrativa convencional, opta por la ambigüedad, el simbolismo y la opacidad como elementos fundamentales de su propuesta cinematográfica, haciendo que la película se sienta más como un rompecabezas que exige múltiples visionados. 


La trama gira en torno a Adam Bell (Jake Gyllenhaal), un profesor universitario de historia atrapado en una vida monótona, que un día descubre a su doble exacto, Anthony Claire, un actor de segunda categoría. Lo que sigue es un viaje hacia la psique desintegrada de Adam, donde las fronteras entre la realidad y la paranoia se difuminan hasta el punto de que es imposible distinguir entre los dos hombres. Sin embargo, reducir el filme a una mera historia de dobles sería ignorar las múltiples capas que Villeneuve despliega a lo largo del metraje. La película, más que un thriller psicológico, es una exploración sobre la identidad, el control y el subconsciente, temas recurrentes en la obra del director canadiense. 



Visualmente, utiliza una paleta de colores dominada por tonos amarillentos y apagados, una decisión estilística que crea una atmósfera opresiva, casi asfixiante. Toronto, la ciudad en la que se ambienta la película, se convierte en un personaje más, desdibujado y ominoso, como un laberinto urbano del que Adam parece no poder escapar. Este entorno refuerza la sensación de que algo está fundamentalmente mal en el mundo que habita el protagonista, como si la propia realidad estuviera colapsando sobre sí misma. 


El simbolismo arácnido que atraviesa la película es quizás uno de los elementos más desconcertantes, y a la vez, más cargados de significado. Las apariciones recurrentes de arañas —en sueños, en la arquitectura, e incluso en la representación final— parecen apuntar a la idea del control, el miedo y la fragilidad. Las arañas, tradicionalmente asociadas con el engaño y la trampa, sugieren una red de fuerzas invisibles que manipulan a Adam y a Anthony, o tal vez, una representación de la mente misma, tejiendo su propia prisión. 


Hay un desafío constante a cualquier interpretación unívoca. La película es deliberadamente esquiva, fragmentaria, evitando cualquier cierre claro. La dualidad entre Adam y Anthony es, en cierto sentido, una manifestación externa del conflicto interno de Adam, un hombre que ha perdido el control sobre su vida. La aparición de su doble podría interpretarse como una representación simbólica de la división entre su deseo reprimido y su yo consciente. A medida que avanza la película, la obsesión por su doble lo arrastra a un estado de paranoia creciente, donde la delgada línea entre la realidad y la ilusión se disuelve por completo. 


Gyllenhaal ofrece una interpretación matizada, en la que juega con las sutilezas de dos personajes que, en esencia, son el mismo hombre. La tensión entre ambos no radica en las diferencias superficiales, sino en lo que representan: dos caras de una misma moneda, luchando por el control de una identidad fragmentada. El director, fiel a su estilo, se mantiene distante, permitiendo que los personajes se desenvuelvan dentro de una atmósfera cargada de silencios y miradas, donde cada gesto parece estar impregnado de un significado que nunca se nos revela del todo. 


La conclusión de Enemy, con su ahora icónica secuencia final, es tan desconcertante como el resto de la película. La imagen del último plano es, en cierto modo, el golpe de gracia que nos lanza: una visión que descoloca, que no pretende explicarse a sí misma, sino que funciona como una representación simbólica del terror psicológico que ha estado acechando desde el principio. Este desenlace, lejos de ofrecer una solución, amplía el espectro de interpretaciones posibles, invitando al espectador a reflexionar sobre la naturaleza de lo que ha visto. 


Se nos entrega una obra profundamente enigmática, que juega con las convenciones del cine de género para crear algo mucho más personal y perturbador. No es una película que se preste a lecturas fáciles, ni busca ofrecer respuestas claras. Es una experiencia visual y emocional diseñada para incomodar, para hacer que el espectador cuestione tanto lo que ve como lo que siente. En ese sentido no solo es una reflexión sobre la identidad y el control, sino también sobre la naturaleza misma del cine, sobre su capacidad para construir realidades que desafían nuestra percepción. 



Comments


bottom of page