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APARTAMENTO 7A (2024). OSCURO LEGADO

Foto del escritor: antonio mateosantonio mateos

  • Director: Natalie Erika James

  • Guion: Natalie Erika James, Christian White, Skylar James

  • Reparto principal:

  • Julia Garner como Terry Gionoffrio, Dianne Wiest como Minnie Castevet, Kevin McNally como Roman Castevet

  • Duración: 1 hora 47 minutos

  • Temática: Terror, Suspenso, Fantasía

  • Compositor: Isobel Waller-Bridge

  • Fotografía: Arnau Valls Colomer

  • Productora: Paramount Players, Sunday Night Productions, Platinum Dunes

  • Distribuidora: Paramount Pictures

  • Estilo visual: Combina una atmósfera opresiva con tonos desaturados y elementos visuales de los años 60, adaptados al lenguaje contemporáneo del horror. Utiliza iluminación tenue, interiores desgastados y colores fríos que evocan una ciudad indiferente al horror que se desarrolla en su interior.

  • Inspiración: Precuela de La semilla del diablo (1968), basada en la novela homónima de Ira Levin. Explora los antecedentes de los Castevet y el legado de oscuridad del edificio Bramford, manteniendo un diálogo con el horror psicológico del original.


El Dakota siempre fue más que un edificio; sus paredes parecen contener un eco inquietante, un susurro constante que se renueva con el tiempo. Ahora, décadas después de aquel pacto oscuro que redefinió el horror psicológico, una nueva historia surge, intentando recapturar el espíritu gélido del pasado y proyectarlo en un contexto actual. Este esfuerzo por continuar el legado de La semilla del diablo no busca sólo homenajear; también aspira a replantear cómo experimentamos el miedo en una época donde lo visible y lo inmediato parecen haber desplazado la ambigüedad y la insinuación.


La trama se centra en un personaje que llega al icónico edificio buscando refugio, pero que poco a poco se ve envuelto en un juego de poder y manipulación que retumba con los mismos acordes que el tormento vivido por Rosemary años atrás. La narrativa no solo se detiene en las secuelas de ese evento inicial, sino que da un paso más al explorar cómo el mal puede reinventarse y adaptarse, siempre encontrando nuevas formas de infiltrarse en las vulnerabilidades humanas.



Nuevas premisas: la soledad en lo hiperconectado

En los años 60, el horror era íntimo y claustrofóbico, tejido en torno a la desconexión de Rosemary en un entorno que fingía ofrecerle apoyo. Ahora, la película introduce una nueva paradoja: el aislamiento dentro de un mundo hiperconectado. Los vecinos del edificio, aunque más diversos en sus motivaciones y representaciones, comparten un aire de secreto cómplice que resuena con los Castevet de antaño. Sin embargo, el miedo se amplifica a través de una modernidad fría, donde la protagonista se enfrenta a la sospecha no solo de quienes la rodean, sino también de sus propios recuerdos y percepciones.

El diseño visual refuerza esta sensación. Si Polanski logró un efecto navideño en La semilla del diablo, casi sin proponérselo, con la calidez de los interiores contrastada con la hostilidad de las relaciones humanas, esta película hace uso de tonos más desaturados, jugando con luces neón parpadeantes que sugieren una ciudad indiferente al horror que se gesta en su interior. La atmósfera navideña persiste, aunque reinterpretada, con la soledad de las festividades asomándose como una grieta emocional en la protagonista.


Técnica: entre lo visual y lo narrativo

En términos de técnicas, el filme adopta un enfoque más explícito que su predecesor, una decisión que puede dividir a la audiencia. Los momentos de horror no se limitan a lo implícito o sugerido, sino que en ocasiones se vuelven gráficamente perturbadores. Si bien esta elección puede desconectar a los puristas que valoran la sutileza de Polanski, también responde al lenguaje visual contemporáneo, que demanda imágenes impactantes para sostener la atención de un espectador cada vez más desensibilizado.


A nivel sonoro, la película logra un equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo. Las composiciones musicales evocan la melancolía de los villancicos, retorcidos en partituras que imitan el escalofrío de una nana rota. Por otro lado, los sonidos del entorno —las puertas que crujen, el zumbido de un radiador defectuoso— crean una textura viva que recuerda al original, pero también le añade una dimensión moderna que evita el reciclaje simple.


Conjunción de tiempos: el miedo como tradición

Lo más interesante de esta nueva incursión es su capacidad para establecer un diálogo entre el presente y el pasado. La opresión patriarcal, tan evidente en el clásico de los 60, encuentra nuevas formas de manifestarse, menos evidentes pero igual de asfixiantes. La protagonista no sólo enfrenta una amenaza externa; también debe lidiar con sus propios demonios internos, en un paralelismo con Rosemary, pero desde una perspectiva más individualista y moderna.

Sin desvelar más de la trama, lo que esta nueva entrega aporta al legado es una expansión conceptual: no se trata de repetir, sino de adaptar. Las referencias al clásico están ahí, pero sirven más como un espejo que refleja cómo han cambiado nuestras ansiedades colectivas. La Navidad, que en el filme original era una presencia tenue pero constante, aquí se convierte en un símbolo de la paradoja emocional que define a los personajes: la esperanza de pertenecer, enfrentada al terror de perderse en algo más grande y aterrador.

En última instancia, la película no intenta reemplazar ni superar al clásico de Polanski, sino encontrar un lugar junto a él, como una pieza complementaria en el rompecabezas del horror psicológico. Es imperfecta, sí, pero valiente en su intento de mantener vivo un mito que, como el Bramford, parece no tener intención de desaparecer




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